Empiezo a sentir que estoy de vuelta cuando llego a Italia.
Siento que si observo con cuidado veré las huellas que he dejado hace algunos
meses. Transitaré de nuevo por algunas carreteras. Los mismos ríos, distintas
aguas.
Pero me estoy adelantando.
Antes tengo que dejar Croacia. Y esta vez la aduana ejerce
su derecho.
Me sorprende que los requerimientos sean al abandonar el
país, y no al entrar.
Los agentes son amables, pero me indican que van a efectuar
un control. Todo empieza con la solicitud de papeles, y creo que el hecho de
venir de Montenegro y Albania les inquieta.
Un oficial pregunta que hay en cada una de las maletas de la
moto y me pide que se lo enseñe. Busca “estúpido-facientes”.
Las abro siguiendo el orden de sus requerimientos. Pero cerrarlas
lleva más tiempo, tengo que acomodar de nuevo la carga para que cierren. Es
casi un puzle en el que cada pieza ha encontrado su sitio con el transcurso de
los días y son reacias al cambio.
Afortunadamente no miran en el único sitio que está cargado
de droga. Mi cabeza.
Comparativamente entrar en Eslovenia es sencillo para
tratarse de la frontera Schengen de la Comunidad Europea. Pasaporte y ya estoy
dentro.
Ruedo unos minutos y me encuentro cruzando a Italia por
Trieste.
A partir de ahí me adentro en una niebla sin gorilas pero
que incluye algo de lluvia. Mi destino es Venecia, donde pasaré la navidad. Es mi forma de hacer transcendente
una época incrustada en mi poso de tradiciones, en mi pozo de emociones. Pero
se reafirma mi creencia de que lo importante, en cualquier momento, es la gente
con la que estás y no la fecha del almanaque.
Unas decenas de kilómetros después entro en el Puente de la
Libertad entre la niebla que refulge por la contaminación lumínica. No es este
el único aura que acompaña a esta ciudad.
En nuestro imaginario solo hay otra ciudad con este
significado de romanticismo: París. No preguntéis por qué, pero siempre pensé
que era mejor venir acompañado a estos lugares. Las circunstancias y decisiones
me traen solo, pero pienso aprovechar la ocasión al máximo.
Unos metros antes de la Plaza de Roma hay un aparcamiento
gratuito para motos. Dejo todo el equipaje salvo una pequeña bolsa con la
cámara. Pregunto a un chico, que deja su scooter, si se puede dejar la moto más
de las veinticuatro horas que indica la señal. No sé si es una respuesta, pero el
espíritu mediterráneo aflora y gracias a sus observaciones la moto se quedará
ahí tres días sin inconvenientes.
A estas alturas de la jornada estaría preparándome para irme
a la cama, pero hoy empiezo a caminar por calles, callejones, muelles,
plazoletas, puentes…
Simultáneamente busco dónde pasar las próximas noches,
porque los días serán para vagar por la ciudad. Tras algún regateo encuentro un
sitio muy agradable con buen desayuno y tetera en la habitación. Adjudicado.
Voy a por parte del equipaje y no puedo resistir salir de
nuevo a la ciudad a perderme por las calles. Ahora entiendo mucho mejor a mis
amigos sicilianos, Tatiana y Benedetto, cuanto me hablaban de Venecia y su
fascinación por ella.
Comparto su visión amplia y profunda que va más allá de la
Plaza de San Marcos, Rialto, La Fenice, Los Descalzos, Santa María de la Salud…
Una mirada que se detiene en las pequeñas capillas, las urnas en las esquinas
de las calles, los cuadros en cada iglesia, palacios, tallas, esculturas,
puentes, escalas, muelles, ventanales, galerías, pozos, y un sinfín de detalles
que se han ido sumando con los años.
No hay tráfico, ni siquiera bicicletas. Se respira
tranquilidad, recogimiento, una complicidad con el lento paso del tiempo. No
tiene que ser un lugar fácil para vivir en estos tiempos modernos con sus
prisas y lo inmediato, lo insensato. Pero para artistas, creativos, profesiones
“liberales”, artesanos, y por su puesto, turistas, es una delicia.
Disfruto mucho del veneto, pero mi alma vagabunda me
arrastra de nuevo al camino.
En mis planes está resarcirme de mi anterior fugaz visita a
Florencia. Pero antes visitaré Rávena, con unos restos románicos
impresionantes, tanto en calidad como en cantidad. La ciudad no es muy grande,
pero creo ver un signo definitorio del carácter de su gente en el hecho de que
el sistema de préstamo de bicicletas urbano es gratuito y sin restricciones.
Auténtica confianza en el espíritu humano. En el hotel también me conceden el
privilegio de estacionar la moto en un pequeño cobertizo, cosa que agradezco
con esta lluvia.
Como en los dibujos animados, parece que la nube me sigue
allí donde voy. Siempre amenazante, pero a ratos perdona y el aire me seca un
poco, nunca lo suficiente.
Hoy Florencia está vestida de invierno. Me muevo con
soltura, no he tenido tiempo de perder los recuerdos de sus calles en los
recovecos de mi cerebro. Volveré a pasear por un pasado inmediato. Y sin
embargo lo siento muy distante porque hasta llegar a evocarlo tengo que pasar
por una melaza reciente de recuerdos dulces y experiencias densas.
En esta ocasión sí entraré primero en La Academia, y luego
en el Palacio de los Uffizi.
En este último casi desisto por la cola, pero coincido con
una pareja de franceses muy agradables y charlamos largo y tendido. Vienen de
Montpellier y se nos pasa el rato hablando de muchos temas, personales,
laborales, económicos… arreglando el mundo para dejarlo como está. Seguramente
llevemos una hora esperando, pero ha sido muy entretenido y edificante.
En el museo–palacio la experiencia es abrumadora para un
neófito, cuánto más para un estudioso del arte o de la historia. Los estímulos
llegan tanto de las obras expuestas, como del edificio propiamente dicho. No se
llegan a desbordar, salvo en mi conciencia, y termino agotado, embotado. Las
salas están ordenadas por movimientos y épocas, pero en mi mente crece una
brisa que pasa por remolino y termina en tornado con obras de Gioto, Fran
Angélico, Filippo Lippi, Botticelli, Michelangelo, Da Vinci, Durero, Rafael, Tiziano, Tintoretto, Rubens,
Caravagio, Velázquez, Goya, Van Dyck, Peter Brueguel…
Embotado sí, pero también fascinado.
Como en El Prado, Ciudad del Vaticano, la National Gallery…
estas son visitas que se tienen que hacer poco a poco, pero los que no somos
tan afortunados de frecuentar estos espacios no podemos evitar la sobredosis.
¡Qué venga ahora el oficial de aduanas croata, esto está lleno de estimulantes!
La siguiente parada es en otro icono, Pisa. Me parece que
hay más iconos que semáforos en Italia.
La catedral está cerrada, pero el campanario todavía siente
las cosquillas de los pies de los visitantes. Pies que buscan un equilibrio en
el espejismo inclinado que los alberga.
Me entretengo con las fotos, me gustaría un nuevo encuadre,
que no resulte evidente, pero se me hace imposible. Paseo arriba y abajo, pero
he visto tantas imágenes de la mítica reclinada, que no me da la imaginación.
Me resulta simpática una pareja que trata de hacer la foto simulando
que empuja la torre, en lugar de sostenerla. Y resulta que son de Terrasa,
viajan en furgo. Toni y Dulce, me parecen buena gente. Charlamos un poco y nos
intercambiamos señas. Tal vez algún día volvamos a coincidir. ¡Buena ruta!
Por fin sale el sol. Conduzco al lugar del que se extrae la
materia de la que están hechos los sueños de los escultores: Carrara. Por un
momento pienso que soy un tío original que se interesa por las canteras, pero a
medida que me acerco empiezo a ver carteles de visitas guiadas a las
explotaciones.
Resulta que no soy tan genuino.
Medito unos instantes y decido buscar una panorámica del
monte horadado. Si entro en la cantera
me perderé la magnitud de la explotación. No cometeré el error de meterme entre
los árboles para que no me dejen ver el bosque.
Y me alegro. Enfilo una pequeña carretera que sube al tiempo
que se va estrechando. En la cima del monte hay bicis y parapentes. No parece
el mejor día para volar, pero las vistas son impresionantes. Disfruto del
momento y me tomo un piscolabis al sol y el calorcito del mediodía.
El último día del año me pilla en la sinuosa carretera que
llega hasta Portofino. Se trata de un tradicional puerto pesquero, que
precisamente siguiendo la tradición ahora es un puerto turístico. Tiene mucha
fama entre los italianos de la zona. Ya me habían advertido Toni y Dulce que
estaba bien, pero que era mejor no tener muchas expectativas. El lugar tiene
cierto aire a Cudillero en Asturias. La gran diferencia estriba, en que durante
años, por aquí se descuelgan celebridades del mundo del arte, esencialmente del
cine. Desde Orson Wells hasta Spilberg, desde Greta Garbo a
Gwyneth Paltrow, y este año parece que vino
Rihanna, y Madonna a celebrar su cumpleaños. En fin, dudo que en esta época del
año se deje ver alguien del mundo del famoseo. Pero sus casas se quedan.
Lamento que las visitas rimbombantes se conviertan en el
mayor atractivo del lugar, me alegro por la villa, pero lo siento por la
condición humana. ¿Me estaré haciendo un gruñón?
Todo lo que saco en claro de la noche vieja en Italia es que
se comen lentejas y se tiran muchos petardos. De nuevo una fecha a la que damos
mucho significado lo pierde si no tienes con quien celebrarlo. No se ve mucha
gente por la calle. Apenas algunos que llegan tarde a su cita con la familia
entre bolsas y tapers. Me aburro y me acuesto temprano para ser una velada tan significada.
Mi camino me lleva a Génova y finalmente a San Remo, ya casi
en la frontera con Francia. Volveré a disfrutar de unos tramos de conducción
por carreteras que sortean acantilados y que me acercan inexorablemente a casa.
Cuidense,
Marne