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martes, 5 de febrero de 2013

Italia, el retorno



Empiezo a sentir que estoy de vuelta cuando llego a Italia. Siento que si observo con cuidado veré las huellas que he dejado hace algunos meses. Transitaré de nuevo por algunas carreteras. Los mismos ríos, distintas aguas.

Pero me estoy adelantando.
Antes tengo que dejar Croacia. Y esta vez la aduana ejerce su derecho.
Me sorprende que los requerimientos sean al abandonar el país, y no al entrar.
Los agentes son amables, pero me indican que van a efectuar un control. Todo empieza con la solicitud de papeles, y creo que el hecho de venir de Montenegro y Albania les inquieta.
Un oficial pregunta que hay en cada una de las maletas de la moto y me pide que se lo enseñe. Busca “estúpido-facientes”.
Las abro siguiendo el orden de sus requerimientos. Pero cerrarlas lleva más tiempo, tengo que acomodar de nuevo la carga para que cierren. Es casi un puzle en el que cada pieza ha encontrado su sitio con el transcurso de los días y son reacias al cambio.
Afortunadamente no miran en el único sitio que está cargado de droga. Mi cabeza.

Comparativamente entrar en Eslovenia es sencillo para tratarse de la frontera Schengen de la Comunidad Europea. Pasaporte y ya estoy dentro.
Ruedo unos minutos y me encuentro cruzando a Italia por Trieste.
A partir de ahí me adentro en una niebla sin gorilas pero que incluye algo de lluvia. Mi destino es Venecia, donde pasaré la  navidad. Es mi forma de hacer transcendente una época incrustada en mi poso de tradiciones, en mi pozo de emociones. Pero se reafirma mi creencia de que lo importante, en cualquier momento, es la gente con la que estás y no la fecha del almanaque.

Unas decenas de kilómetros después entro en el Puente de la Libertad entre la niebla que refulge por la contaminación lumínica. No es este el único aura que acompaña a esta ciudad.
En nuestro imaginario solo hay otra ciudad con este significado de romanticismo: París. No preguntéis por qué, pero siempre pensé que era mejor venir acompañado a estos lugares. Las circunstancias y decisiones me traen solo, pero pienso aprovechar la ocasión al máximo.

Unos metros antes de la Plaza de Roma hay un aparcamiento gratuito para motos. Dejo todo el equipaje salvo una pequeña bolsa con la cámara. Pregunto a un chico, que deja su scooter, si se puede dejar la moto más de las veinticuatro horas que indica la señal. No sé si es una respuesta, pero el espíritu mediterráneo aflora y gracias a sus observaciones la moto se quedará ahí tres días sin inconvenientes.

A estas alturas de la jornada estaría preparándome para irme a la cama, pero hoy empiezo a caminar por calles, callejones, muelles, plazoletas, puentes…
Simultáneamente busco dónde pasar las próximas noches, porque los días serán para vagar por la ciudad. Tras algún regateo encuentro un sitio muy agradable con buen desayuno y tetera en la habitación. Adjudicado.

Voy a por parte del equipaje y no puedo resistir salir de nuevo a la ciudad a perderme por las calles. Ahora entiendo mucho mejor a mis amigos sicilianos, Tatiana y Benedetto, cuanto me hablaban de Venecia y su fascinación por ella.

Comparto su visión amplia y profunda que va más allá de la Plaza de San Marcos, Rialto, La Fenice, Los Descalzos, Santa María de la Salud… Una mirada que se detiene en las pequeñas capillas, las urnas en las esquinas de las calles, los cuadros en cada iglesia, palacios, tallas, esculturas, puentes, escalas, muelles, ventanales, galerías, pozos, y un sinfín de detalles que se han ido sumando con los años.

No hay tráfico, ni siquiera bicicletas. Se respira tranquilidad, recogimiento, una complicidad con el lento paso del tiempo. No tiene que ser un lugar fácil para vivir en estos tiempos modernos con sus prisas y lo inmediato, lo insensato. Pero para artistas, creativos, profesiones “liberales”, artesanos, y por su puesto, turistas, es una delicia.

Disfruto mucho del veneto, pero mi alma vagabunda me arrastra de nuevo al camino.
En mis planes está resarcirme de mi anterior fugaz visita a Florencia. Pero antes visitaré Rávena, con unos restos románicos impresionantes, tanto en calidad como en cantidad. La ciudad no es muy grande, pero creo ver un signo definitorio del carácter de su gente en el hecho de que el sistema de préstamo de bicicletas urbano es gratuito y sin restricciones. Auténtica confianza en el espíritu humano. En el hotel también me conceden el privilegio de estacionar la moto en un pequeño cobertizo, cosa que agradezco con esta lluvia.

Como en los dibujos animados, parece que la nube me sigue allí donde voy. Siempre amenazante, pero a ratos perdona y el aire me seca un poco, nunca lo suficiente.

Hoy Florencia está vestida de invierno. Me muevo con soltura, no he tenido tiempo de perder los recuerdos de sus calles en los recovecos de mi cerebro. Volveré a pasear por un pasado inmediato. Y sin embargo lo siento muy distante porque hasta llegar a evocarlo tengo que pasar por una melaza reciente de recuerdos dulces y experiencias densas.

En esta ocasión sí entraré primero en La Academia, y luego en el Palacio de los Uffizi.
En este último casi desisto por la cola, pero coincido con una pareja de franceses muy agradables y charlamos largo y tendido. Vienen de Montpellier y se nos pasa el rato hablando de muchos temas, personales, laborales, económicos… arreglando el mundo para dejarlo como está. Seguramente llevemos una hora esperando, pero ha sido muy entretenido y edificante.

En el museo–palacio la experiencia es abrumadora para un neófito, cuánto más para un estudioso del arte o de la historia. Los estímulos llegan tanto de las obras expuestas, como del edificio propiamente dicho. No se llegan a desbordar, salvo en mi conciencia, y termino agotado, embotado. Las salas están ordenadas por movimientos y épocas, pero en mi mente crece una brisa que pasa por remolino y termina en tornado con obras de Gioto, Fran Angélico, Filippo Lippi, Botticelli, Michelangelo, Da Vinci, Durero,  Rafael, Tiziano, Tintoretto, Rubens, Caravagio, Velázquez, Goya, Van Dyck, Peter Brueguel…
Embotado sí, pero también fascinado.
Como en El Prado, Ciudad del Vaticano, la National Gallery… estas son visitas que se tienen que hacer poco a poco, pero los que no somos tan afortunados de frecuentar estos espacios no podemos evitar la sobredosis. ¡Qué venga ahora el oficial de aduanas croata, esto está lleno de estimulantes!

La siguiente parada es en otro icono, Pisa. Me parece que hay más iconos que semáforos en Italia.
La catedral está cerrada, pero el campanario todavía siente las cosquillas de los pies de los visitantes. Pies que buscan un equilibrio en el espejismo inclinado que los alberga.
Me entretengo con las fotos, me gustaría un nuevo encuadre, que no resulte evidente, pero se me hace imposible. Paseo arriba y abajo, pero he visto tantas imágenes de la mítica reclinada, que no me da la imaginación.
Me resulta simpática una pareja que trata de hacer la foto simulando que empuja la torre, en lugar de sostenerla. Y resulta que son de Terrasa, viajan en furgo. Toni y Dulce, me parecen buena gente. Charlamos un poco y nos intercambiamos señas. Tal vez algún día volvamos a coincidir. ¡Buena ruta!

Por fin sale el sol. Conduzco al lugar del que se extrae la materia de la que están hechos los sueños de los escultores: Carrara. Por un momento pienso que soy un tío original que se interesa por las canteras, pero a medida que me acerco empiezo a ver carteles de visitas guiadas a las explotaciones.
Resulta que no soy tan genuino.
Medito unos instantes y decido buscar una panorámica del monte horadado. Si  entro en la cantera me perderé la magnitud de la explotación. No cometeré el error de meterme entre los árboles para que no me dejen ver el bosque.
Y me alegro. Enfilo una pequeña carretera que sube al tiempo que se va estrechando. En la cima del monte hay bicis y parapentes. No parece el mejor día para volar, pero las vistas son impresionantes. Disfruto del momento y me tomo un piscolabis al sol y el calorcito del mediodía.

El último día del año me pilla en la sinuosa carretera que llega hasta Portofino. Se trata de un tradicional puerto pesquero, que precisamente siguiendo la tradición ahora es un puerto turístico. Tiene mucha fama entre los italianos de la zona. Ya me habían advertido Toni y Dulce que estaba bien, pero que era mejor no tener muchas expectativas. El lugar tiene cierto aire a Cudillero en Asturias. La gran diferencia estriba, en que durante años, por aquí se descuelgan celebridades del mundo del arte, esencialmente del cine. Desde Orson Wells hasta Spilberg, desde Greta Garbo a  Gwyneth Paltrow, y este año parece que vino Rihanna, y Madonna a celebrar su cumpleaños. En fin, dudo que en esta época del año se deje ver alguien del mundo del famoseo. Pero sus casas se quedan.
Lamento que las visitas rimbombantes se conviertan en el mayor atractivo del lugar, me alegro por la villa, pero lo siento por la condición humana. ¿Me estaré haciendo un gruñón?

Todo lo que saco en claro de la noche vieja en Italia es que se comen lentejas y se tiran muchos petardos. De nuevo una fecha a la que damos mucho significado lo pierde si no tienes con quien celebrarlo. No se ve mucha gente por la calle. Apenas algunos que llegan tarde a su cita con la familia entre bolsas y tapers. Me aburro y me acuesto temprano para ser una velada tan significada.

Mi camino me lleva a Génova y finalmente a San Remo, ya casi en la frontera con Francia. Volveré a disfrutar de unos tramos de conducción por carreteras que sortean acantilados y que me acercan inexorablemente a casa.

Cuidense,

Marne














 





















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