Pues ya estoy en Turquía.
Hoy os voy a comentar algo de la parte europea.
La frontera es un trámite rápido, visado a la entrada, 15€,
papeles de la moto, seguro (carta verde), un par de sellos y ¡ala, que te
diviertas!
Los primeros kilómetros transcurren en una nube de
incertidumbre. Desde Grecia el tiempo, aunque soleado, es fresco. La primera
impresión es que la gasolina es cara, la segunda, que es muy cara. El precio
4,60 lt./litro, (1 lira turca aprox. 2.23€)
dividan ustedes. Como en nuestra tierra, casi no hay competencia entre los
surtidores, apenas un par de céntimos de liras turcas (ridículo), en Italia o
Grecia sí podías ver diferencias de hasta diez céntimos.
Ruedo por una especie de autovía, tiene dos carriles en cada
sentido y una mediana bien definida. Pero ya se huele Asia.
El primer cambio es el parque automovilístico, y no solo por
la edad. Hay todos los modelos que te puedas imaginar de Europa, incluidos los
“cochazos”, pero aparece una nueva horda de marcas, sobre todo asiáticas, y
modelos de fabricantes europeos adaptados, espartanos.
Lo siguiente, es la carencia de parque industrial,
polígonos, o zona de naves agrícolas. Hasta ahora, a cualquier población, por
pequeña que fuera, la precedían algunas naves. Ya no. Hace falta cierta entidad
en la ciudad para que puedas verlo.
Este detalle me parecía de los más definitorios en las
ciudades centro asiáticas. Esta visto que no hay que llegar hasta el centro.
Supongo que el modelo de pequeños talleres y almacenes dentro de las
poblaciones los hace innecesarios.
En medio del camino de repente ves, sin transición ninguna, casas
y edificios de viviendas. Aquí hay edificios nuevos, el país está creciendo
(pero que tengan cuidado con el “ladrillazo”).
En términos relativos Estambul es absoluta. Durante mucho
tiempo la capital del mundo, probablemente hoy también.
Entro en la zona urbana unos cincuenta kilómetros antes del
cuerno de oro, la ciudad antigua. Apenas he conducido doscientos, la media
diaria, y aún así es un poco tarde para entrar. Primero, porque todavía no me
he quitado la sensación de desconcierto que me acompaña cada vez que cruzo una
frontera, y segundo, porque sigo prefiriendo entrar con tiempo en los monstruos
urbanos.
Son las tres y media y el sol ya está bastante bajo, quedará
una hora y media más de luz. Justito para entrar en la ciudad sin la sensación
agobiante de un coloso en penumbra.
Atasco. Pero aquí todo el mundo tira de bocina, trata de
buscar un hueco entre otros coches y muchos autobuses. En medio culebrean motos
de poca cilindrada, pero de cuatro tiempos, casi no huele a aceite. Los minutos
y los metros pasan despacio. Al rato yo también zigzagueo pese a que la moto
sea más culona. Consigo mantenerme en movimiento aunque no siempre avance muy
deprisa. Por supuesto, hay cientos de carteles indicando ciudades depredadas
por el leviatán, trato de no dejarme arrastrar, pero no siempre tengo claro si sigo
yendo hacia el “centro”.
El rescatador rescatado.
Hakan del Topkapi Kebap "Where´s my beer?" |
Ahí vamos, y yo que
pensaba que estaba sorteando el tráfico. Este tío es Kaneda, y yo no llego a
Tet Suo, pero me espera . Prefiero conservar un poco más. Con todo, llegamos a
un cruce con apartadero y me indica que
nos paremos.
Ahora sí hacemos las presentaciones formales. Baris Erdogan,
de Estambul, como dice la matrícula, que solo vi después de ponernos en marcha.
Me indica el camino que debo tomar, y con seguir cinco o seis kilómetros más ya
estoy en la zona de turistas y hoteles. Él vive al otro lado del cruce con
pasos elevados, mejor no pasarse la salida.
Me comenta de tomar un café, pero le digo que aún tengo que
encontrar hotel y se está haciendo de noche. Baris viene de una ruta de una
semana por Grecia, de visitar a su hermano, y vuelve a casa con su mujer y un
hijo pequeño. Conversamos un rato más, y
termina pidiéndome un paréntesis para llamar por teléfono.
Finalmente, me busca un hotel, y me invita a cenar.
Aplausos por favor.
Me voy a extender con dos asuntos.
Obviamente me dedico al turisteo dominguero, con Haiga
Sofia, Mezquita Azul, Palacio Topkapi, Cisternas (Gracias Giacomo), pero sobre
todo, termino la visita de Delfos contemplando lo que queda del trípode de
Platea, fundido hace dos mil quinientos años, y llevado hasta allí para
engalanar el hipódromo. Es curioso como
lo que para una parte del mundo ha sido un triunfo y un buen gobierno, ya que generaba
bienestar y subyugaba a los infieles, en la otra era una calamidad, y
viceversa.
Turquía está en una fase de reafirmación de su identidad. El
imperio romano duró aquí más que en roma, y esta fue su última capital. Luego
llego el sultanato y el imperio otomano, y después de la independencia, la
república con “Ataturk”. Pero falta una identidad contemporánea definida, o eso
dicen por aquí. Tal vez eso sea una de las razones por las que se ven tantas
banderas del país, muy USA. La disputa por Chipre seguro que también ayuda.
Como soy un tipo un poco raro me dedico a callejear de
camino al hotel, pero no precisamente por bazares, que también.
El tipógrafo |
Entro a de comer un kebap en un local donde solo veo
parroquianos, me parece más interesante ver cómo y qué comen los locales, y
prefiero que no esté muy “contaminado”, si no hablan nada más que turco para mi
es una buena señal. El dueño me deja su móvil para hablar con Baris. Quedamos
en que le llamaba por si podía pasar un rato charlando de viajes, pero su
familia le reclamaba después de una semana de pingo. Al salir del local paso
delante de, digamos un garito.
Es un sótano, con billares, y muchas mesas con gente jugando
la partida, ya sea de cartas, algo parecido al dominó, o la “tabla”
(Backgammon). También hay mucho té.
Me siento y pido uno, mientras contemplo el paisaje y el
paisanaje. La clientela fuma, aunque
está prohibido, y el sitio recuerda a cualquier bar de los de antes, de
los de viejo. La gente en las mesas tiene edad de abuelos, y en los billares
están los jóvenes. No hay una decoración elaborada, moqueta, lámparas de
fluorescentes, paredes forradas de listones, y muchos quinqués sobre repisas
que más tarde me confirmarían que de vez en cuando hay que usar. El local es amplio
y está cuidado.
Osman Akkusak |
Transcurren los minutos y un hombre se dirige a mí en un
inglés fluido. Está sentado con unos compañeros en la mesa de al lado. Está jubilado,
antes era tipógrafo, y con él hay un redactor y un columnista. Tras las
presentaciones el hombre se va y me quedo charlando con los otros dos, ambos se
llaman Osman.
El columnista ha tenido cierta repercusión en los medios,
Osman Akkusak, tiene ochenta años, y ha quedado para que le hagan una
entrevista en la cafetería. Al rato llega el periodista y se apartan a otra
mesa.
Charlamos un buen rato, les enseño fotos y comentamos el
viaje, y todo termina en que mañana iremos a cenar juntos, los Osman y yo, para
seguir charlando. Unos jubilados y un vagamundo aprovechando y gastando su
mayor riqueza, el tiempo.
Sobre las siete del día siguiente vuelvo a la cafetería
(ellos se refieren al local en esos términos), y se disculpa Osman porque el Osman
columnista no va a poder venir. Es una lástima, pero no una afrenta o un
problema. Llevo el portátil para enseñarles más fotos y los videos. Querían
verlos después de hablar de ellos.
Osman |
Y la cena: sopa, que para nosotros sería una especie de crema
o puré ligero con pollo, calabacín, patatas…; kofte, cordero a la brasa con
verduras salteadas; a nuestra disposición, pero no mezclado, especias y pimientos
picantes, casi guindillas de las que los dos damos buena cuenta; zumo de
naranja; yogurt (si estuviera desleído con agua sin sería ayran); y esencialmente un arroz con leche con cubierta
de caramelo flameado. ¡A punto de reventar!¿Y adivináis a qué vagabundo le
invitaron a cenar? Bingo. Ya empieza a darme vergüenza.
Cuidarse,
Marne
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