A Grecia la doy por concluida. Como todo en la vida sé que
hay mucho más por conocer, pero para una toma de contacto ya está bien. La
próxima vez intentaré alguna de las islas.
¿Sabéis ese de un español, en este caso de León, que va por
el medio de Grecia en moto y atropella una cabra? Yo tampoco, pero conozco al
de la moto: el que suscribe.
Cuántas veces oímos lo de tener cuidado con los animales en
la carretera. Sí es cierto que soy un poco despistado, y es cierto que bajo la
guardia cuando estoy cansado, o cuando estoy disfrutando del paisaje.
La cosa fue tal que así:
Un día con brumas altas que no dejan que calienten los
rayos, pero se agradecen las gafas de sol. Carretera secundaria en una zona de
colinas, con el asfalto aceptable. Curvas amplias, visibilidad media, tiempo
fresquito para la moto, unos quince grados. Voy oscilando al compás de las
trazadas y pensando en Turquía.
Pelo de cabra en la bisagra |
Unos metros más adelante, a la salida de una curva, un pastor
con su rebaño a la derecha de la calzada. Me da tiempo a saludar al pastor
mientras aminoro. Cuando ya casi los he dejado atrás una cabra sale del otro
lado de la calzada. Trayectorias coincidentes y colisión. La maleta izquierda
golpea a la cabra y la derriba. El impacto suelta algunos anclajes y la maleta
cae al suelo, pero queda sujeta por el último y la voy arrastrando. La moto se
desestabiliza y me concentro en terminar de frenar sin caerme.
Con la emoción no hice una foto de cómo quedó tras el golpe.
Solo después de volver a fijar los anclajes se me ocurrió que era un episodio de
los que sí hay que contar. Fue más el susto que otra cosa, en cinco minutos
estaba otra vez en marcha.
Abrasión |
Pero eso no es todo. Es como si Grecia pensara que me voy a
olvidar de ella si no me da un par de sorpresas de despedida.
Alrededor de las cuatro llego a la frontera con Turquía
después de pelear todo el día con un viento espeso. He dado bandazos esforzándome
por seguir la trayectoria de una forma fluida. No he pasado de ochenta en un
intento de que los golpes no sean muy acusados. Pero en la tierra de Eolo los
mortales no pueden nada contra los dioses.
Salgo de Grecia, pero sin entrar en Turquía. Estoy en tierra
de nadie.
En un oportuno Duty Free hay un cajero automático que
permite sacar libras turcas o euros. Aprovecho para hablar con unos vendedores
y preguntarles cuatro palabras en turco. En esto que entra otro vendedor y me
dice que mi moto se ha caído. Llevo el casco en la mano así que para
identificarme lo tiene fácil.
Salgo fuera y contemplo la victoria de Eolo, la moto está en
el suelo, y la mochila está tocando la aleta de la rueda delantera de un coche.
Quito la maleta que queda accesible, y desmonto el
“caracol”. Un par de concurrentes me ayudan a levantar la máquina.
El conductor del coche está tranquilo, pero me indica una
pequeña hendidura en la chapa. La observo y no parece que mi mochila haya
podido hacer eso, pero el hombre me dice que lo solucionamos con cien euros.
Suena la alarma y esta vez sí hago caso. Gano un poco de tiempo y examino la
moto.
Horror, la maneta del freno está rota.
Ahora sí que voy a necesitar tiempo.
El hombre sigue insistiendo en que con cien euros lo
zanjamos. La situación es extraña. La conversación es en inglés con un
espectador que hace de interprete para el conductor griego.
Le digo que tengo seguro y que está para estas cosas. Él
pide dinero y que no me mueva. La alarma pasa a defcon2. Le explico que mi
avería es más importante que la suya y que necesito una grúa para poder moverme
y que no pienso ir a ninguna parte. Insisto en el seguro. Entonces se va a
buscar a un aduanero.
Restos |
Mientras, me hago una composición de lugar.
Entrar así en Turquía no me parece muy conveniente. Puedo ir
sin freno delantero algunos kilómetros, pero con la moto tan cargada no es muy
buena idea, y además no sé como estará el tema de repuestos. Si entro de esta
forma lo mismo unos pocos se transforman en muchos con días de por medio.
Grecia sigue estando en la CCE y ya entiendo un poco como moverme. Turquía de
momento no, y tampoco sé nada del país. Hago memoria y recuerdo que en
Alexandrópolis he visto varios talleres de motos y la población es medianamente
grande. La dejé atrás y estará a unos cincuenta kilómetros. La noche va cayendo
y decido que ya que voy a hablar con el seguro que me envíen una grúa. Turquía
tendrá que esperar a mañana… por lo menos.
Viene un aduanero con el conductor, y se repite la
conversación. Pide dinero y yo le digo que el seguro o nada. Me comenta el
aduanero que llamar a tráfico llevará un rato y que tal vez sea más fácil
arreglarlo con el dinero, según sugiere la otra parte, pero me enroco. En mi
línea le comento que no tengo prisa, que necesito una grúa y que tengo tiempo
de sobra. Les dejo que llamen a tráfico mientras yo contacto con el seguro.
Pero llamar por teléfono resulta que se complica. Solo encuentro
un terminal público, y funciona con tarjeta. Acertasteis, no tengo tarjeta de
teléfono.
Entonces el dependiente con el que hablé antes, Panaiotis,
me pregunta que como va lo de la caída de la moto. Le informo del desaguisado y
le pregunto por otro teléfono. Me dice que no hay, pero que espere cinco
minutos y me deja el de la tienda. Le digo que la llamada es internacional y él
que no hay problema.
Precisamente mientras estoy hablando con el seguro llega la
patrulla, no parece que haya tardado tanto, me sonrío. Les digo por señas que
termino la llamada y estoy con ellos. Hablar con la compañía es relativamente
fácil, el único inconveniente es precisar el lugar del incidente para que ellos
busquen una grúa.
Me piden un teléfono de contacto y les digo que no tengo,
probarán a llamar a este, el de la tienda.
La pareja de tráfico, rellena el parte. Nos intercambiamos
datos y en el espacio para la descripción nen que el aire ha tirado la moto. No
hablan mucho inglés, y el parte está en griego, pero Panaiotis me confirma que
lo escrito es lo correcto.
Cuando terminamos las formalidades me instalo en la
cafetería, para esperar la grúa. La amabilidad del dependiente es excesiva, me
invita a un café para entretener la espera y me acerca el teléfono el par de
veces que llama el seguro para preguntar si ha llegado la asistencia, y que
están gestionando un hotel por si lo necesito. Panaiotis me dice que hice bien
en no aceptar el pago del dinero, que al final de la conversación con la
patrulla el griego les explicó que era chapista. Picaresca griega frente a
cabezonería española.
Servidor y Panaiotis |
Finalmente llega el auxilio. Como estoy en tierra de nadie
resulta un inconveniente que el camión cruce el puesto fronterizo, porque
tendría que hacer todo el trámite de salir y entrar. De nuevo Panaiotis al
rescate, les comenta a los aduaneros la situación, aunque ya están sobre aviso
por la charla que tuve con uno de ellos. Me permiten sacar la moto en sentido
contrario por el puesto sin tener que hacer nada.
El conductor, Fotis carga la moto, y se trae un ayudante que
habla inglés, supongo que por petición del seguro. Panagis (juro que no me invento los nombres) me pregunta que si
es cierto que vengo desde España en la moto. Desde Atenas sí se nota cierto
asombro cuando confirmo la procedencia.
Nos dirigimos a Alexandropoli y mantenemos una conversación
animada. A medio camino, hay una población con un taller a pie de carretera, me
preguntan que si quiero probar suerte. Paramos, Panagis explica la situación y
uno de los mecánicos se acerca al concesionario de al lado. Minutos después
trae una maneta de freno. Me dice que no es original pero que sirve. Confirmo
con el pedazo que llevo en el bolsillo que sí, que me vale, bueno, a la moto.
Le digo a Fotis que no baje la moto todavía, tengo que
hablar del precio. Panagis va traduciendo, piden dieciocho euros, pregunto que
si montada o solo la pieza, que montada, les digo que está bien. Entonces
empezamos a bajar la moto, pero Panagis no tiene claro si me ha dado bien el
precio. Tratamos de aclararlo con la libreta. Piden ochenta.
¡Quieto todo el mundo!
Ahora sí empiezo el regateo, que eso es mucho dinero. Alego
que en España no cuesta ni la mitad. Que esto no es España, que es un buen
precio, que la maneta es mejor que la original, que si ya es tarde y que en
Alexandrópolis estará todo cerrado cuando lleguemos… Entre la espera en el
café, cargar la moto y el trayecto son las siete pasadas, hace una hora que ya
es de noche.
Los operarios no se bajan de la burra y termino pidiendo el precio
de la pieza, que ya la cambiaré yo. Setenta.
¡A cagar!
Volvemos a cargar la moto con el consiguiente enfado de
Fotis, y el sentido de culpabilidad de Panagis por el malentendido.
El resto del camino transcurre con un poco de tensión en la
cabina. Trato de aligerar la situación, y les digo que tal vez si fuera rico,
alemán o americano hubiera pagado, pero que soy Cazurro.
Llegamos a Alexandrópolis. Por supuesto el taller está
abierto. Por veinte euros me cambian la maneta y me dan un poco de conversación.
De nuevo a la carretera para buscar un sitio donde dormir.
Mañana Estambul.
Cuidarse,
Marne